15 abril 2014

La mujer loca




    Hace unos días, mientras escuchaba un programa de radio, una entrevista a uno de los escritores actuales más significativos, Juan José Millás,  me hizo prestar atención especial. Le preguntaban al autor sobre la última novela que acababa de publicar (“La mujer loca”) en la colección Biblioteca Breve de Seix Barral. Entrevistadora y escritor fueron desgranando algunos de los temas de la novela, comentando algo sobre los personajes… El caso es que, cuando terminó la entrevista, me faltó tiempo para salir en busca del libro, comprarlo y volverme rápidamente a mi casa a devorarlo.

     Por qué se produce de repente este enamoramiento a priori de una historia no lo sé, es un misterio. Con los libros, creo yo, pasa igual que con las personas: unas nos producen ganas de saber más sobre ellas y otras nos dejan completamente indiferentes, y a lo mejor resulta que las primeras, cuando las conocemos mejor, no eran tan interesantes y nos hemos perdido algo con las segundas.

    En este caso, por suerte, no ha sido así. La novela de Millás me atrapó desde el primer capítulo en el que la palabra “pobrema”, cargada de pesadumbre porque no se encuentra en ninguna parte, se le aparece a la protagonista, Julia, en su habitación, y, después de un diálogo surrealista entre las dos,  deciden que lo mejor es que Julia opere a la palabra para darle un significado que ahora no tiene. La forma de operarla invitando a “pobrema” a que se desnude y se tumbe en un folio en blanco para posteriormente amputarle la sílaba “ma” y darle así existencia y significado resulta todavía más delirante. El dilema que se le plantea a “pobrema” entre no significar y significar algo tan poco atractivo como “carecer de recursos” (pobre), unido al miedo a que le duela la amputación de la sílaba, se resuelve finalmente con anestesia y el hecho de poder ocupar un lugar en el diccionario.

   Después de esta operación (que tendrá una segunda parte - una “desoperación” -), son muchas las palabras y frases que acuden a la habitación de Julia para que las opere por distintas razones: porque no concuerdan (“Mi perro está tuerta”) o porque se sienten extrañas (“Mi madre tiene alambres en los párpados”) …

   Todo lo comentado hasta aquí se produce porque la protagonista tiene la paranoia de que la persiguen las palabras. Entre otras cosas, se  le aparecen cuestiones gramaticales, lo cual resulta original y divertido, no tanto por la ocurrencia en sí, sino por la forma desenfadada, ligera y sorprendente con la que Millás lleva a cabo los diálogos (muchas veces tan  sorprendentes que lo que era sonrisa por parte del lector se transforma en carcajada).

    Además de divertirnos con esta lectura, nos encontramos ante una forma muy clara y sencilla de explicar conocimientos lingüísticos que generalmente resultan poco atractivos y bastante áridos para los alumnos… Es decir, esta novela puede servir como apoyo en clase de Lengua de la misma manera que El mundo de Sofía ha hecho entrar en la Filosofía a algunos alumnos… Así, conceptos como los planos del signo lingüístico, la diferencia entre significado y referente, el verdadero valor de los sustantivos en la oración y otros muchos son objeto de una divertida y didáctica explicación a la que los que nos dedicamos a la enseñanza de las lenguas podemos recurrir con la seguridad de que se trata de un material pedagógico muy valioso por su capacidad para enseñar divirtiendo.

    Por otra parte, esta novela plantea otra serie de temas universales y trascendentes como la locura, el desdoblamiento entre realidad y apariencia, la eutanasia, las relaciones humanas, el amor… de una forma aparentemente trivial y desenfadada que hace que la lectura resulte, cuando menos, interesante y atractiva.

   En conclusión, estamos en mi opinión ante una novela del mejor Millás, irónico, sagaz, divertido, nada convencional y sorprendente que nos puede entretener, divertir, hacer pensar  y, a algunos, hasta ayudar con las clases.

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